Afganistán, antes de ser conocido en el mundo como el epicentro de conflictos y extremismo, fue una nación en pleno proceso de modernización y crecimiento cultural. Durante las décadas de los años 50 a los 70, el país experimentó un auge de desarrollo en su economía, educación y libertad social. Aunque no era un paraíso utópico, Kabul y otras ciudades afganas comenzaron a vibrar con un aire cosmopolita y progresista que hoy podría sorprender. Sin embargo, la paz duraría poco, y el Afganistán moderno quedaría profundamente marcado por las sucesivas guerras y la llegada de los talibanes en los años 90.

Un País en Proceso de Modernización

Desde los años 50, el país era gobernado por el rey Zahir Shah, quien impulsó un periodo de relativa estabilidad y crecimiento. Zahir Shah, con visión de desarrollo, buscó modernizar Afganistán sin romper con sus tradiciones. En 1964, el país aprobó una nueva constitución que establecía una monarquía constitucional y fomentaba derechos básicos, como la libertad de expresión y el acceso a la educación, incluyendo para las mujeres. Kabul, la capital, se convirtió en el centro de esta “nueva era afgana,” con universidades, proyectos de infraestructura y una economía que crecía gracias al comercio y a la ayuda internacional.

Bajo su reinado, Afganistán inició una serie de reformas sociales y económicas. Se abrieron escuelas y universidades, especialmente en Kabul, y se promovió la educación para hombres y mujeres, algo revolucionario en ese momento. Las mujeres, especialmente en áreas urbanas, comenzaron a participar en la fuerza laboral y en actividades cívicas. La vestimenta tradicional y moderna coexistían; en Kabul, no era extraño ver a mujeres con minifaldas y hombres vestidos al estilo occidental.

Cultura y Vida Cotidiana en los Años Dorados de Kabul

Durante los años 60 y 70, Kabul era una ciudad vibrante y llena de contrastes, donde lo antiguo y lo moderno convivían. Las familias afganas disfrutaban de una vida social activa: cafés, cines, y eventos culturales se convirtieron en parte de la vida urbana. La música y el cine florecieron, con músicos y directores locales que combinaban influencias afganas con ritmos y estilos modernos, influenciados por Occidente.

La Universidad de Kabul era un centro intelectual dinámico que atraía estudiantes de diferentes partes de Asia y de diversos grupos étnicos y religiosos dentro del país. En sus aulas, mujeres y hombres estudiaban juntos, compartían ideas y visiones de un Afganistán con un futuro prometedor. En estos espacios, el debate sobre modernidad y tradición era constante, pero con un enfoque inclusivo y respetuoso de la diversidad cultural y religiosa del país.

La moda también reflejaba esta apertura: en las ciudades, muchas mujeres optaban por no usar velo y vestían ropa al estilo occidental. Sin embargo, en las zonas rurales, la vida era más conservadora, y las costumbres tradicionales seguían vigentes. Afganistán era, en efecto, una mezcla de mundos que coexistían en relativa armonía, aunque a veces con tensiones entre lo moderno y lo tradicional.

Las Décadas del Cambio: Política, Guerra Fría y Creciente Tensión

Aunque el país estaba en un camino de modernización, Afganistán también era una pieza importante en el tablero de ajedrez de la Guerra Fría. La Unión Soviética y Estados Unidos competían por influencia en la región, ofreciendo ayuda financiera y militar. Con el tiempo, estas ayudas y las disputas internas generaron divisiones políticas dentro de Afganistán, especialmente entre las facciones comunistas y las pro-occidentales. Esta tensión fue creciendo hasta que en 1973, el rey Zahir Shah fue derrocado en un golpe de estado liderado por su primo, Mohammed Daoud Khan, quien proclamó la república.

Daoud tenía su propia agenda de modernización, pero su enfoque autoritario y la eliminación de figuras tradicionales en el poder generaron resistencia. La situación se volvió más compleja cuando, en 1978, el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), de orientación comunista, tomó el poder en un golpe violento. Esto llevó a una serie de reformas radicales, que incluían la redistribución de tierras y cambios drásticos en la estructura social, alienando a gran parte de la población, especialmente en las áreas rurales.

La respuesta de los soviéticos a la creciente resistencia fue enviar tropas en 1979 para apoyar al gobierno comunista afgano. Esto desató una guerra de guerrillas entre los mujahidines —grupos de resistencia islámica apoyados por Estados Unidos, Pakistán y Arabia Saudita— y las fuerzas soviéticas, una guerra que devastaría el país por más de una década.

Los Años 80: De la Esperanza a la Guerra y la Devastación

La guerra entre los soviéticos y los mujahidines marcó una era de destrucción y desplazamiento masivo de la población afgana. Kabul, que alguna vez fue una ciudad de esperanza y modernidad, se convirtió en un campo de batalla. Los recursos se agotaron, y la infraestructura que tanto se había trabajado por construir quedó en ruinas. La vida se volvió extremadamente difícil, y millones de afganos se vieron obligados a huir a Pakistán e Irán.

Durante este periodo, las zonas rurales quedaron en manos de facciones islamistas que comenzaron a ganar fuerza y popularidad, en parte debido a la resistencia contra el comunismo y en parte por las severas condiciones de la guerra. Esta radicalización, promovida por la ayuda externa, prepararía el camino para los talibanes, quienes surgirían en los años 90.

El Ascenso de los Talibanes en los 90: El Fin de una Era

Para 1992, tras la retirada soviética y el colapso del gobierno comunista, Afganistán estaba sumido en una guerra civil entre distintas facciones de los mujahidines. En 1996, los talibanes, un grupo radical que había surgido en las madrasas de Pakistán, tomaron el control de Kabul e impusieron una estricta interpretación de la ley islámica. Lo que una vez fue una sociedad relativamente abierta y diversa se transformó en un régimen de represión severa, especialmente hacia las mujeres, y la vida en Afganistán cambió de forma dramática.

Con su llegada, se prohibieron muchas de las libertades que habían sido el corazón de la vida afgana en las décadas anteriores. Las mujeres fueron obligadas a cubrirse completamente y se les prohibió trabajar o estudiar. La música, el cine, y prácticamente toda manifestación cultural moderna fueron prohibidos, y Afganistán quedó aislado del mundo.

El Legado Perdido de un Afganistán Distinto

La vida en Afganistán antes de los talibanes era compleja, llena de contradicciones, pero también de esperanza y modernización. Aunque el país tenía sus conflictos internos y desafíos, era un lugar donde la educación, la cultura y la diversidad social florecían. Hoy, cuando vemos las imágenes de ese Afganistán, es difícil imaginar que, en su momento, fue un espacio de innovación y pluralismo.

La historia de Afganistán antes de los talibanes es un recordatorio de un pasado que alguna vez miró hacia adelante, un pasado que sigue siendo inspiración para quienes desean un futuro de paz y reconstrucción para el país.